Enamorarse, ¿quita la soledad?
En un mundo donde la tecnología redefine el amor, las películas “Her” y “Lars y su Chica Real” exploran la posibilidad de enamorarse de lo artificial y cuestionan nuestra percepción de la soledad.
Por Agustina Martinez

En la actualidad, el amor y la tecnología se entrelazan de formas que antes parecían inimaginables. Las citas a ciegas han dado paso a los matches por Tinder, y las interacciones en Instagram han reemplazado las cartas escritas a mano. Sin embargo, este avance también ha llevado a cuestionar la naturaleza del amor y la soledad. Si enamorarse es una locura socialmente aceptable, ¿es posible enamorarse de una persona inexistente, de una voz sin reflejo, de algo artificial? ¿acaso el amor nos vuelve locos en general? Estas son algunas de las preguntas que ponen en juego el film Her (2013), dirigido por Spike Jonze, y Lars y su chica real (2007) , de Craig Gillespie.
Ambas películas exploran el vínculo entre la desolación y el amor desde diferentes perspectivas, pero de manera complementaria. Mientras que Her nos lleva a un futuro donde la inteligencia artificial se convierte en la compañera perfecta, Lars y su chica real nos presenta una historia más tradicional en la que la comunidad juega un papel crucial en la sanación emocional.
Si bien presentan diferencias en cuanto a situación, época y personalidad de los protagonistas, ambas relatan la historia de un hombre solitario, triste y desconectado debido a momentos difíciles de su vida. Hasta que un día entablan una relación amorosa con una mujer irreal como una forma para escapar de la soledad.
En Her, Theodore, interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre solitario, dulce y amoroso que, si bien no tiene problemas al comunicarse con las personas, evita hacerlo constantemente por miedo a enfrentar los problemas y salir herido. Al instalar un nuevo sistema operativo de Inteligencia Artificial que se adapta para satisfacer, escuchar, entender y conocer al usuario, encuentra todo lo contrario a la vida real. Con la voz femenina de Samantha, una mujer inexistente, el protagonista ve la vida en tono rojo pasional, enamorado, sin malos momentos, diferencias o problemas. Encuentra, en esencia, lo que alguna vez tuvo y perdió: una compañera exclusiva que esté a su lado en todo momento, sin conflictos.
En Lars y su muñeca real, protagonizada por Ryan Gosling, se ve un hombre amable, entrañable, solitario y muy reservado que, muy en su interior, busca comunicarse con las personas y expresar sus sentimientos. El conflicto es que, al no tener en su larga vida cierta relación verbal o física con absolutamente nadie, no sabe cómo hacerlo. Hasta que se enamora a primera vista de Bianca, una muñeca de plástico, a la cual lleva a su casa y trata como una persona real frente al mundo. A través logra entablar cierta comunicación con los demás, especialmente con su hermano, con quien tiene una relación distante debido a un terrible suceso familiar.

Sin señal
Con aquellas mujeres imaginarias, su vida amorosa gira en buen aspecto, hasta que comienzan los conflictos. En Her, la voz artificial expresa ciertos deseos, necesidades, sentimientos y pensamientos que desconciertan a Theodore, como el querer ser de carne y hueso para tocar, oler, sentir, el tener movilidad propia para recorrer los lugares del mundo y ser algo más que solo una voz para charlar. Inclusive, al saber que Samantha no habla solo con él sino con millones de personas al mismo tiempo, le hace reflexionar si en verdad esos sentimientos de la mujer son genuinos o fingidos.
Con Lars ocurre algo similar pero sin interferencia de tecnología artificial. Todos los ciudadanos de la pequeña ciudad siguen el juego de “la chica real” para que logre salir de su mundo aislado y pueda relacionarse con los demás, la llevan a lugares, crean conversaciones, le brindan un trabajo y organizan sus horarios como cualquier persona con rutina diaria. Y es allí donde Lars siente que su chica no le dedica tiempo ni atención, que nuevamente está solo sin importarle a nadie en el pueblo ni a su propio hermano. Las mujeres del pueblo le hacen comprender que muchas personas se preocupan por él, que Bianca tiene una vida con responsabilidades y compromisos pero no por ello significa que no esté para él.
En sí, ambas películas muestran que no todo dura para siempre, que se debe aprender a soltar, enfrentar los obstáculos, seguir adelante y no depender de alguien para que estemos bien.

Un amor artificial, ¿es un delirio?
Ahora bien, en escena del film de 2007, Lars es asistido inconscientemente por una doctora, quien explica que Lars atraviesa cierta etapa de delirio, es decir una realidad alterada a causa de cierto trastorno mental. Pero ¿por qué solo a Lars se lo define como un freaky delirante, incapaz de tratar sus problemas con alguien real?. ¿Acaso Theodore no presenta una especie de delirio al enamorarse de Samantha? La respuesta es sí. Ambos experimentan una clase de “delirio”, solo que el comunicarse con un dispositivo tecnológico no es tan anormal como entablar relación con una simple muñeca de plástico. Es la sociedad quien hace la diferencia entre lo normal y lo raro, lo aceptable y lo extraño, lo bueno y lo malo, y que ambas películas están ambientadas en distintas épocas.
En esta nueva era digital, hay una constante relación con dispositivos u objetos tecnológicos, hasta el punto de crear más inteligencia artificial , siendo algo natural y poco cuestionado. Por ejemplo en China, ya se utilizan robots para tareas o áreas específicas y se piensa en el desarrollo de un útero artificial, capaz de gestar un embrión humano sin la necesidad de un cuerpo humano.
Sin embargo, hablar con una mujer de plástico que ni siquiera tiene la capacidad de responder o moverse, es sumamente raro. Si Lars hubiera entablado relación con un sistema operativo o un robot artificial (al estilo Terminator), ¿seguiría siendo algo fuera de lo habitual?. No hay una respuesta exacta. Quizás ambos no son delirantes, sino simplemente hombres que buscan ser amados, salir del fondo oscuro y enfrentar la realidad de otra manera.

El impacto de la tecnología y la conexión humana
En el film de Her nos encontramos en un futuro cercano donde la tecnología impregna cada aspecto de la vida y hay una constante aparición de nuevas herramientas que hacen más sencillas las cosas.
El límite entre la realidad y lo artificial es cada vez más borroso, inexplicable y con una relación entre las personas más mediada por las máquinas. Si bien a lo largo de la película nos deja con varias preguntas no busca darnos una respuesta concreta. Lo que sí queda claro es que nos introduce en la intimidad de una relación afectiva entre humano – máquina que se vuelve absolutamente creíble. Los sentimientos de Theodore son sinceros del mismo modo que los de Samantha: su curiosidad, sus deseos, sus sensaciones, sus miedos… todo nos parece real. ¿Y acaso no lo es?, ¿Con Samantha desaparece su miedo a la vulnerabilidad?
En contraste, Lars y su chica real, está ambientada en una pequeña comunidad donde las relaciones directas con las personas es algo esencial. Un pueblo del norte con un clima nevado, sin grandes paisajes, una vida tranquila sin tanta tecnología, en el que cada uno es tratado con gratitud y por lo que es. Cuando Lars comienza a entablar relación con Bianca, siendo un medio para comunicarse con el resto y procesar sus emociones reprimidas, la misma comunidad decide colaborar en la obra común de lograr esa conexión social. Y este hecho, permite que los vínculos sean más fortalecidos, dejando que la propia humanidad se desarrolle en la compañía a su debido tiempo.

Una mirada a la estética emocional
Mientras que Theodore encuentra una conexión artificial en un mundo futurista y tecnológicamente avanzado, Lars encuentra una forma de sanación emocional a través de la aceptación comunitaria en un entorno mucho más tradicional y humano. En el film de Spike Jonze se utiliza una paleta de colores cálidos, especialmente tonos rojos y naranjas, para evocar sentimientos de amor y pasión cuando Theodore interactúa con Samantha. Por otro lado, presenta una banda sonora melancólica la cual crea una atmósfera que oscila entre el sentimiento de tristeza y soledad.
Su cinematografía se enfoca en planos cercanos al protagonista, destacando su aislamiento emocional en un mundo sumamente poblado pero desconectado entre sí, con mayor interacción tecnológica.
Sin embargo, en el film de Craig Gillespie se emplean todo lo contrario. En las escenas utiliza una paleta de colores fríos y neutros para resaltar la atmósfera sombría y la soledad de Lars, con un recurso secundario de sonidos minimalistas y ambientales para acentuar el aislamiento y la vulnerabilidad. Inclusive los planos largos y el entorno de la pequeña ciudad subraya ese aislamiento emocional, con casas modestas, la simplicidad de la comunidad y un paisaje invernal cubierto de nieve que, a pesar de su frialdad, se muestra increíblemente compasiva y solidaria.
Si bien ambas historias pueden parecer una locura, son un reflejo sincero de la realidad y de cómo el contexto influye en la manera en que los personajes lidian con la soledad y el amor. Sin duda alguna son grandes piezas cinematográficas que valen la pena ser vistas y nos permiten reflexionar sobre nosotros, nuestros vínculos y ese sentimiento que nos vuelve un poco locos: el enamoramiento y la necesidad de ser amado.