El verdadero dolor ¿es la nostalgia?

Desde un viaje en busca del pasado hasta una casa que atesora historias, Un dolor real (2024) y Here (2024),  dos films completamente distintos exploran cómo los recuerdos, lugares y lazos familiares pueden convertirse en una fuente de nostalgia: ¿acaso es el pasado lo que nos duele, o la imposibilidad de dejarlo atrás?.

Un dolor real, dirigido por Jesse Eisenberg y protagonizado por Kieran Culkin, ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto por este papel, nos sumerge en un viaje de memoria y emociones. Tras la muerte de su abuela judía, dos primos viajan a Polonia para recorrer los lugares que marcaron historia y encontrar la casa donde ella vivió antes durante la época del Holocausto. Pero lo que empieza como un viaje “estilo turístico”, se convierte en momentos para conectar con su pasado familiar y sus propias heridas. 

Entre paisajes cargados de memoria y silencios que dicen más que las palabras, cada lugar que recorren los enfrenta a preguntas que nunca se habían hecho o que, quizás, evitaron por miedo. Entre ellas, una que duele y es la base de este film: ¿cómo se debe sentir el verdadero dolor, cuál es la forma correcta? 

Por otro lado, Here,  la película dirigida por  Robert Zemeckis  y protagonizada por los actores de Forrest Gump (Tom Hanks y Robin Wright) narra cómo a lo largo de los años, distintas familias habitan una misma casa, dejando sus historias grabadas en cada rincón. Con un único plano enfocado en la sala de estar, la película logra capturar historias de amor, pérdida, risas y momentos cotidianos que atraviesa cada familia, demostrando que aquel lugar que una vez llamamos hogar, también tiene memoria. 

Si bien ambas películas cuentan relatos muy distintos y pareciera que lo único en común es que tratan lazos familiares, al profundizar vemos que atraviesan por una misma sustancia que también está presente en nuestra vida cotidiana: la nostalgia.

En Here, la misma casa es portadora de nostalgia. Es el lugar donde las diferentes familias, en especial Tom Hanks, mantienen una conexión emocional marcada por recuerdos felices como dolorosos, tanto que ese hogar es dueña de esos recuerdos y se es difícil dejarlos atrás. Richard soñaba con estudiar y convertirse en artista, pero con el tiempo, las responsabilidades adultas fueron dejando esos deseos y su hogar pasó a ser un espacio de conformidad. Margaret, por su parte, es la compañera incondicional presente en cada momento, al punto de postergar sus propios sueños por amor. Hasta que, por un momento, es consciente de todo el tiempo perdido y decide explorar un mundo más allá de las paredes de su hogar. 

Por su parte, Un dolor real  presenta la nostalgia de manera más sutil, entrelazada con largas conversaciones y distintas perspectivas de ver la historia familiar. Por un lado está Benji, un hombre sin problemas al relacionarse, amigable, con una facilidad de expresión y una libertad emocional dispuesta a escuchar  y comprender  el dolor de otros. Mientras que David es un hombre más introspectivo y rígido, que se deja llevar por las reglas  y reserva sus emociones porque siente que no son importante para el resto ni para él mismo. 

De esa forma, también se menciona que esa relación de primos hermanos, tan cercana y compinche, se fue desvaneciendo con los años. La distancia, sus diferentes estilos de vida y personalidades los alejaron tanto que, al reencontrarse  ya no ven reflejada la persona que solían conocer. 

En cuanto a los aspectos técnicos y críticos, Un Dolor Real logra transmitir su mensaje de manera magistral, con interpretaciones sobresalientes, un guión impecable y un uso efectivo de los planos detalle. Incluso, deja la puerta abierta a un análisis más profundo sobre el dolor y cómo, en ocasiones, el sufrimiento ajeno puede verse reducido a un mero atractivo turístico. En cambio Here, por más que parte de una idea brillante, un buen juego de superposición entre escenas de la casa e innovación al utilizar inteligencia artificial,  no logra desarrollar todo su potencial. Su narrativa se torna densa en varios momentos, con pocos diálogos y una conexión entre personajes sin tanta profundidad.

Lo innegable es que ambas películas, cada una a su manera, conducen al espectador por el camino de la nostalgia. Nos llevan a revivir esos lazos familiares tan queridos, las amistades, el primer amor, el rincón favorito de la casa, los veranos con amigos o esos mates compartidos con tus viejos.

Personalmente, cuando vi ambas películas, me transportaron al lugar al que desde chica en días festivos, fechas especiales o fines de semana largos viajo. Es un pequeño pueblito llamado Sauce, ubicado en  la provincia de Corrientes, hogar donde se crió mi viejo y  todavía vive parte de mi familia.

No sé si es porque estoy más sensible, maduré, o no tengo tanta inocencia, pero cada vez que voy y me marcho me invade cierta nostalgia. 

Recuerdo esos momentos felices cuando mi vecina me llevaba a la plaza, las tardes jugando con mis hermanos y primas, las pijamadas sin redes sociales, los carnavales llenos de espuma, las noches en lo de Pedrito jugando en las máquinas, los asados en una mesa larguísima, ese cielo teñido de un naranja tan intenso, amores platónicos, la comida casera de mi abuela o el desayuno con esas tortitas negras tan inigualables. 

Y también esos recuerdos con un sabor más amargo, como las despedidas a seres queridos, vínculos que se rompieron, discusiones familiares, peleas con personas que no me bancaba, angustias personales e inclusive noches en las que me quedaba sola en el patio de mi abuela, llorando por un hombre que me rompió el corazón. 

Pero más allá de las luces y sombras, hay una especie de magia que es difícil de explicar. Y es que al fin y al cabo, los lugares son parte de nuestra historia. Nos marcan, nos transforman y nos recuerdan quienes somos y de dónde venimos, ya sea por recorrer el hogar de una abuela judía (Un dolor real) o el vínculo afectivo con esa casa donde estuviste casi toda tu vida (Here). 

En sí nos recuerda que todo cambia, la vida está en constante movimiento. Y si, quizás sentir nostalgia duela mucho, pero es real y nos conecta.  Porque al final del día, ¿qué sentido tendría vivir sin sentir, sin recordar?. 

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